Investigadores de la Universidad de Washington (Seattle, Estados Unidos) han descubierto en animales que numerosos genes permanecen activos durante algunos días después de morir. Se avanza así hacia métodos nuevos y más eficaces de conservar órganos de donantes para su trasplante y también métodos más precisos para determinar la hora de fallecimiento de víctimas de asesinato.
Un equipo de investigación dirigido por el microbiólogo Peter Noble se propuso probar un método nuevo propio destinado a medir la actividad génica. Basándose en una investigación emprendida hace dos años sobre la abundancia de microbios en distintos órganos humanos después de la muerte, decidieron aplicar su método a muestras cadavéricas. En palabras de Noble: «Se trata de un experimento que surge de la curiosidad por averiguar lo que sucede al morir». A partir de los resultados de este estudio se ha redactado un artículo, el cual se encuentra en proceso de revisión para su publicación.
Noble y sus colaboradores extrajeron y midieron los niveles de ARN mensajero (ARNm) en tejidos de ratones y peces cebra muertos recientemente. Puesto que el ARNm cumple un papel importante en la expresión génica, se supuso que un incremento de la concentración de esta molécula equivaldría a una mayor actividad genética. Los científicos consiguieron describir más de un millar de genes que permanecían «vivos» después del fallecimiento. En el caso de los ratones, 515 genes siguieron en funcionamiento hasta durante dos días; en el caso de los peces cebra fueron 548 genes, pero durante cuatro días.
Uno de los hallazgos más inesperados es que se disparó la actividad de cientos de genes durante las primeras veinticuatro horas después de la defunción. El profesor Noble sospecha que muchos de ellos permanecieron suprimidos o desconectados por una red formada por otros genes cuando el animal estaba vivo, y que no pudieron quedar libres y «despertar» hasta después de la muerte.
El equipo observó también que muchos de los genes que siguieron en funcionamiento post-mortem suelen estar activos en el transcurso del desarrollo embrionario. Por ello se ha formulado la hipótesis de que, a escala celular, los seres vivos recién nacidos y en desarrollo podrían tener mucho en común con los cadáveres en proceso de descomposición. También se apreció que varios genes promotores del cáncer incrementaron su actividad después de la muerte. Este podría ser el motivo de que los receptores de trasplantes de órganos —procedentes de personas recién fallecidas— presenten una mayor tasa de incidencia de cáncer, lo cual se venía atribuyendo a la medicación inmunosupresora que se suele prescribir a estos pacientes trasplantados.
En un artículo aparte, Noble y dos colaboradores explican otro uso posible de las mediciones de la actividad génica, y demuestran la posibilidad de obtener estimaciones precisas del momento de la muerte. Esta clase de estimación es determinante en las investigaciones criminales, y hasta ahora se suele hacer a partir de factores de naturaleza no biológica (por ejemplo, cuándo se envió el último mensaje de texto o se hizo la última llamada desde el teléfono del difunto). A raíz de los descubrimientos de estos investigadores acerca de la activación de genes después de la muerte, ahora se vislumbra la posibilidad real de determinar por medios biológicos el momento exacto de una muerte, lo cual resultaría de gran utilidad en las investigaciones criminales y forenses.
«Creo que el titular para este estudio sería que probablemente podamos obtener información muy abundante acerca de la vida mediante el estudio de la muerte», concluye Noble.
Fuente: Cordis Europa
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