En niños con graves problemas cardiacos, sus primeros años de vida pueden ser una sucesión de pruebas médicas con las consiguientes dosis de radiación. Aunque estos procedimientos no están exentos de riesgo, por el incremento del riesgo de tumores que pueden suponer en su vida adulta, un amplio análisis publicado en la revista Circulation lanza un mensaje tranquilizador.
Científicos de la Universidad de Durham (en Carolina del Norte), han analizado los historiales médicos de 337 niños menores de seis años que se habían sometido a algún tipo de operación por problemas de corazón (el 70% de ellos padecía algún tipo de cardiopatía congénita).
En estos pequeños, el uso de pruebas de imagen que funcionan con radiación (desde las radiografías hasta los TAC o los procedimientos de cateterismo que se siguen mediante un contraste desde el exterior) suele ser habitual antes y después de pasar por el quirófano; y de hecho la media de exámenes de estos pequeños ascendía a 17 pruebas por cabeza.
Teniendo en cuenta las dosis de radiación que emiten cada uno de estos procedimientos y el riesgo acumulado de cáncer que se estima derivado de la exposición a estos dispositivos (y que ha sido ampliamente estudiado hasta la fecha), Kevin Hill y su equipo hicieron una estimación del riesgo al que se enfrentan estos niños.
Según sus análisis, por término medio, el riesgo de cáncer derivado de las pruebas de imagen a las que deben someterse estos pequeños no es más elevado que la radiación que acumula un estadounidense medio a lo largo de todo el año.
El problema, reconocen, se centra sobre todo en un pequeño subgrupo de niños -con las cardiopatías más complejas- en los que el elevado número de escáner y cateterismos en los años siguientes a pasar por el quirófano podía llegar a elevar su riesgo de cáncer un 6,5% por encima de la media.
En el caso de las niñas, advierten, el peligro de desarrollar un tumor en la edad adulta es un poco superior a los niños debido a que ellas son más susceptibles a los tumores de mama y de tiroides -especialmente sensibles al efecto de las radiaciones ionizantes-.
Aunque las radiografías convencionales fueron la prueba más habitual (representando el 92% de los casi 14.000 exámenes médicos a los que se sometió a los niños), la mayor dosis de radiación procedía de pruebas más complejas, como el escáner o el cateterismo (y que representan el 81% de la radiación recibida por los pequeños). Los autores aclaran que eligieron a niños con problemas congénitos de corazón porque el uso de pruebas de imagen está muy extendido en su tratamiento; aunque el riesgo derivado de las radiaciones sería el mismo para cualquier otro menor que acumulase la misma dosis por cualquier otro motivo.
A juicio de los autores, las pruebas de imagen son necesarias en medicina, pero la simple concienciación de los padres y los especialistas puede suponer una reducción en su uso en casos en los que no sean estrictamente necesarias. Por ejemplo, porque existan otras modalidades que emitan menos radiación o porque se tenga especial sensibilidad en los niños con mayor riesgo de desarrollar tumores en el futuro. Estudios previos han estimado, por ejemplo, que para la misma dosis de radiación recibida, el riesgo de cáncer de un niño es 3-4 veces superior al de un adulto debido a que sus órganos se encuentran aún en desarrollo y son capaces de absorber más rayos.
"Teniendo en cuenta la creciente población de niños con patologías cardiacas que sobreviven hasta la edad adulta, este tipo de medidas tendrá una importante repercusión desde el punto de vista de salud pública", concluyen.
Fuente: El Mundo