Un importante avance contra el cáncer, logrado en el país, tuvo en estos días gran repercusión mundial y periodística. El ministro de Ciencia, Lino Barañao, lo anunció así: "Es el trabajo con mayor información que haya visto en cualquier grupo científico". La revista de orientación oficialista Veintitrés, le dedicó su tapa del 20 de febrero último, y afirmó que el logro se debió al "gran momento que vive la ciencia en la Argentina" gracias a las políticas del Gobierno.
Si bien es cierto que en los últimos años ha habido una muy buena gestión oficial hacia la ciencia, la mencionada investigación -dirigida por el doctor Gabriel Rabinovich- fue posible también por un singular apoyo, silencioso, permanente y menos divulgado. En los países desarrollados, las investigaciones que financian los gobiernos necesitan y reciben generosos recursos privados, inusuales entre nosotros, aunque se aplicaron en este caso. Como director de la Fundación Sales, que sostiene desde hace 15 años los trabajos del doctor Rabinovich y de otros grupos científicos, me parece justo reconocerlos.
Ante todo es conveniente decir que nuestras universidades y centros científicos carecen generalmente de oficinas de fundraising (desarrollo de fondos) y profesionales capacitados ( fundraisers ). En América del Norte especialmente, éstos logran donaciones de simples ciudadanos o de familias con grandes recursos, y desarrollan eficaces estrategias de recaudación. En la Argentina se constituyó en 2001 la Asociación de Ejecutivos en Desarrollo de Recursos para Organizaciones Sociales (Aedros), que agrupa a unos 250 fundraisers , muy pocos por cierto para la cantidad de fundaciones existentes.
Estados Unidos es el país donde más se dona: 300.000 millones de dólares por año (equivalentes al 60% del presupuesto de defensa norteamericano, el más alto del mundo). Entre el 80 al 90% de esta enorme suma la aportan ciudadanos de todas condiciones; el resto, fundaciones y empresas. El fundraising individual es allí importantísimo: miles de pequeños donantes alimentan grandes presupuestos y familias ricas hacen aportes a universidades o dejan legados.
Otro punto, casi inexistente entre nosotros, es la protección del conocimiento, fuente de mayores recursos. Se exhibe un grado de desprotección muy alto: parece creerse que la ciencia es un hecho solamente académico, cultural, sin consecuencias económicas. Aun cuando el conocimiento constituye el más alto valor de la economía, nuestras universidades no invierten debidamente en propiedad intelectual y regalan sus logros cuando se publican en revistas o congresos. Estados Unidos es el país que más patentes científicas obtiene, con los consiguientes beneficios para su economía, mientras que la Argentina exhibe un número muy bajo. La mayor riqueza de una nación está en su conocimiento científico, que debe protegerse por el alto costo que demanda obtenerlo.
Cuando el joven Rabinovich solicitó ayuda a la Fundación Sales, se decidió apoyarlo para evitar que emigrara. La fundación había desarrollado un programa de fundraising de donantes individuales por consejo del premio Nobel argentino César Milstein, quien residía en Inglaterra. Él nos mostró cómo los ciudadanos ingleses donaban para la investigación del cáncer. En 1992 logramos la autorización de las administradoras de tarjetas de crédito, para debitar pequeñas sumas mensuales e inaugurar un eficaz medio de recaudación de fondos, que ya nos dio más de 75.000 donantes.
Por entonces conocimos a un empresario de gran sensibilidad hacia la ciencia, Jorge Ferioli, quien se incorporó a Sales y se interesó en las investigaciones de Rabinovich. Él y la familia de su esposa, Silvia Ostry, donan importantes sumas anuales que constituyen un excepcional ejemplo de solidaridad con la inteligencia científica. También obtuvimos valiosos aportes de las fundaciones Nuria, Bunge & Born y Biblioteca Central de Medicina.
Tan generosa ayuda permitió que jóvenes talentosos respondieran interrogantes sobre la inmunología del cáncer, muy apreciados internacionalmente, por lo que obtuvieron premios, subsidios, invitaciones a centros científicos del mundo, etcétera. Hacia 2004 las investigaciones de Rabinovich despertaron interés en la Universidad de Harvard, con la que el Conicet y Sales acordaron una colaboración. Ambas instituciones son por ello cotitulares de las patentes y, por ende, de los beneficios que se obtengan de la industria farmacéutica, cuando se logre un medicamento fruto de esta investigación.
La Fundación Sales destinó así casi tres millones de dólares al doctor Rabinovich, en becas, equipos, insumos, viajes y la instalación de un moderno laboratorio y biblioteca en el Instituto de Biología y Medicina Experimental del Conicet, que dirigió el premio Nobel Bernardo Houssay.
Fuente: La nación
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